desiree verlangen

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Quédate, primer aviso.

Me estoy poniendo nerviosa, me estoy enfadando y el nudo en el estómago está haciendo demasiada presión. Lo está volviendo a hacer, lo sé, joder, puta Vera. Nunca estoy preparada para este momento. Ocurre de repente, sin avisar, cuando lo último que me dijo era luego nos vemos. Un luego que no llega y que tengo muy claro a estas alturas que esperarla va a ser muy, muy absurdo. Pero no tengo otra opción. No estoy preparada para vivir en la laxitud de una mente estable, y monótona. La necesito a ella fluyéndome en las venas mientras quema, mientras destroza todo a su paso y deja un campo de flores a cambio. Me siento una expectadora de su paso por mi vida, aplaudo como una niña en una obra de teatro, la coreo como si fuese mi canción favorita, la retrato para intentar hacerla inmortal. Pero da igual cuántas fotos le haga o lo mucho que le hago reír, que sabe que la entiendo, que cada vez que viene le enseño un secreto más, le hago dormir una noche menos, le regalo unas horas más de vida. Ella vuelve a escurrírseme por los dedos y yo, no voy a mentir, lloro a mares. Desconsolada y normalmente en silencio, lloro y nunca me duermo por cansancio, eso es un maldito mito. Pero al final, ella no vuelve y yo no me alivio. Y ésa es la paradoja de siempre; que para qué, si nada sirve excepto que se quede. O que vuelva. Pero ¿qué pasa si cuando ella vuelva yo no estoy? Si ya no hay más reencuentros, ni despedidas ausentes, si ya no quedamos Vera y yo y solo está ella con un piso vacío y nadie a quien abandonar. Una parte de mí celebra la idea, ésa que es más retorcida y que todas las demás miramos de reojo con un poco de envidia, porque es más libre que ninguna. Pero entonces la callamos porque es una gilipollez; si vera vuelve y no estamos, es que estamos muertas. 

Y Vera seguirá yéndose sin avisar y yo seguiré ahogándome cuando no está y me acostumbraré y estaré bien y Vera volverá y siempre, siempre, siempre, estaré ahí para abrirle la puerta porque viene sin llaves y tirarle la maldita botella de vino en la cabeza. Probablemente después recoja las gotas, poco a poco, en suaves besos y a cachitos lamiéndole las mejillas porque está bueno y sería una pena desperdiciarlo con lo mucho que me he aficcionado a él en sus ausencias. Y sabrá frío y caliente, a rabia, a bienvenida, a una espera que termina. 

Pero, nena, es mejor si te quedas. 
Quédate.

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